El mercado europeo ha comenzado a inundarse de producto oriental, más barato, que amenaza con acabar con el fruto autóctono, poco más caro pero muchísimo más sano
En un país donde la tierra ofrece –y no es chovinismo, es así– los mejores ajos del mundo, el criterio que debe marcar la elección de un tipo u otro no debe ser tanto el precio como la salud, donde la diferencia sí importa. Y ahí sí que gana de calle el ajo español, ese condimento que la exChica Picante Victoria Beckham se ocupó de despreciar mundialmente aunque ahora lo niegue. La evidencia científica es clara. Su capacidad para protegernos de las enfermedades que devastan a la población occidental es, frente a sus competidores, arrolladora.
«La ciencia ha demostrado el alto potencial de nuestros ajos como reductor de la presión arterial, por su efecto antimicrobiano, capacidad para la reducción de los niveles de colesterol malo y su poder antioxidante. Hay muchos estudios que lo confirman y algunos hablan incluso de su potencial antitumoral, aunque esto no es algo que está confirmado al 100%. La literatura científica no dice lo mismo del ajo oriental». Esa es la evaluación del nutricionista Javier Aranceta, director científico de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC).
Mercados y plazas
Basta con darse un paseo por internet para descubrir que con el ajo se esta librando una auténtica batalla comercial. ¿Qué está pasando? La Unión Europea y China alcanzaron hace unos años un acuerdo comercial para aumentar hasta 12.000 toneladas de ajo su contingente arancelario en el mercado comunitario. Como consecuencia de aquel pacto, China, primer productor del mundo, se metió a saco en Europa.
España, primer productor europeo, no se quedó de brazos cruzados. A pesar de generar sólo el 1% de la producción mundial, los campos de Castilla-La Mancha (sobre todo Las Pedroñeras, Cuenca), Castilla y León y Andalucía abastecen a casi toda Europa, incluida Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y Portugal y a otros países como Marruecos y Brasil. La guerra económica quedó servida. Ajo por ajo y diente por diente.
Diferencias significativas
El bueno, el producto de calidad, elemento imprescindible en la dieta mediterránea, se caracteriza por su piel exterior completamente blanca y su interior de color morado. Las cabezas contienen de ocho a diez dientes, son de tamaño medio, redondeadas, uniformes y tienen un intenso sabor, aroma y picor. El ajo chino es más pequeño, achatado, se reconoce por sus estrías moradas en el exterior y encierra en su interior hasta doce dientes.
Desde el punto de vista nutricional, la calidad del ajo español es entre alta y muy alta y la del chino, en cambio, es más bien media-baja. Dos problemas. Si a la hora de la compra le resulta complejo diferenciarlos, fíjese en su lugar de producción. Aún así, lo mejor es aprender a valorarlos por su aspecto, porque –¡cuidado!– cada vez más productores españoles siembran chino.
El ajo castizo posee más y mejores nutrientes, pero al ser más fuerte genera más halitosis. Nada que, según dicen, no se mitigue con un zumo de naranja, manzana, hoja de menta o un vaso de leche.
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