Las emociones están relacionadas con impulsos básicos y comer es uno de ellos
La Vanguardia
Un examen, hablar en público o una entrevista de trabajo son situaciones que activan las alertas. Cuerpo y mente se ponen en tensión y, según la personalidad, los nervios afloran con mayor o menor intensidad. Y a menudo se manifiestan de formas indeseables que nos predisponen al ridículo, al agotamiento, a la obsesión o al desorden alimentario.
Un estado moderado y manejable de nervios es bueno y normal. “Nos permiten tener una conducta más diligente, a poner más atención en las cosas, a estar más concentrados y despiertos”, indica Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS).
Ansiedad y malos hábitos alimentarios
Pero cuando la reacción sobrepasa la normalidad, entramos en el terreno de la ansiedad. “La ansiedad surge ante una situación en la que puede haber un resultado negativo”, señala el experto. “Conlleva un malestar psicológico que, a su vez, nos empuja a estudiar más, pero también aparecen pensamientos de amenaza que impiden la correcta preparación que buscamos”.
“A nivel cognitivo nos sobreactivamos sin límite y pensamos en cosas que nos alarman y que impiden nuestra concentración”, añade. Un bucle.
Temor, inseguridad, preocupación, dificultar para tomar decisiones o miedo son algunas de las manifestaciones de la ansiedad. Señales que a menudo traspasan los límites de la mente y se trasladan al cuerpo: entonces es cuando sudamos, fumamos más, nos mareamos, podemos sufrir jaquecas, el corazón se acelera, nos cuesta respirar y… comemos sin límite o se nos cierra el estómago.
La estampa cinematográfica y televisiva del recipiente de helado gigante devorado en el sofá, frente al televisor, es el resultado de un estado de estrés y ansiedad. “En la mayoría de casos un exceso emocional conlleva sobreingesta”, afirma el profesor Cano. Y normalmente de comida nada saludable.
“En general, las emociones están relacionadas con impulsos básicos como la alimentación, el interés por el ejercicio físico, el sueño o el sexo”. El estrés genera ansiedad, irritabilidad, depresión, insomnio y cambios de peso y de alimentación.
Los trasiegos con la comida abren la puerta a dos abismos: la obesidad y los trastornos de la conducta alimentaria (TCA, básicamente anorexia y bulimia). La primera se ha extendido con demasiada facilidad en los últimos años, y no siempre como respuesta a la ansiedad.
Sin embargo, las personas obesas no son ajenas al malestar. “Es muy probable que los obesos presenten altos niveles de ansiedad y depresión, estados mucho más acentuados en las personas con TCA”, apunta el especialista.
El poder de los genes
Las personas perfeccionistas también andan al borde de la ansiedad. Sin tener que llegar a caer en los TCA ni la obesidad, pueden sufrir cambios de peso y de alimentación bajo determinadas circunstancias.
Nuestra configuración genética nos llevará a comer en exceso o a dejar de hacerlo: “las características biológicas no cambian a lo largo de la vida”, asegura Antonio Cano. Hay quien tiende a ganar peso y hay quien tiende a no hacerlo, punto.
De todas formas, estudios recientes están observando cómo, a nivel genético, metabolismo y desórdenes relacionados con la ansiedad están conectados. Comparten mecanismos de activación, lo que podría abrir una vía para tratarlos desde la terapia génica.
Mientras los nuevos tratamientos no llegan, la rotundidad del profesor Cano no es inmutable. “El metabolismo no es el culpable de todo”, sostiene. El entorno en el que vivimos y nuestra conciencia permiten contrarrestar y, si es necesario, corregir los malos hábitos adquiridos, los espontáneos y las obsesiones enfermizas mediante la terapia cognitivo-conductual.
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