El picante ayuda a adelgazar, pero no es el más recomendable

¿Sabíais que el picante ayuda a adelgazar? Aunque a algunas personas les funciona, no todo es puro beneficio, ¡esto hay que decirlo de entrada! La capsaicina, también conocida como la molécula del picante, se encuentra en todas y cada una de las variedades del pimiento picante: guindilla, ajís, chile, paprica, pimentón, pimienta, cayena, tabasco, etc.

Al ingerir algo picante, no tardamos mucho en sentir ardor en la boca, sofocos y, a veces, nos salen lágrimas y mucosidad. Todo esto es debido a que la sustancia del picante tiene la capacidad de estimular los receptores del dolor y del calor.  Por si solos, los efectos del picante desaparecen en un máximo de 6-8 horas. Para los que no están hechos para comer picante, sería bueno saber que se trata de una molécula hidrofóbica, que no es posible disolverla en agua, de modo que  bebiendo agua no conseguiremos aliviar sus efectos. Sin embargo, sí es posible disolverla en grasa, por lo que beber leche entera fría es el método más eficaz para volver a la normalidad.

Se cree que el efecto placentero que produce el picante en muchas personas se debe a la liberación natural de endorfinas que intenta mitigar el dolor. Algunos estudios inciden en la capacidad de la capsaicina de aliviar la sensación de  molestias y dolor que acompañan enfermedades como artritis, psoriasis y enfermedad intestinal inflamatoria, además de tener otras propiedades antiinflamatorias y analgésicas.  Aplicada directamente sobre la piel, puede saturar los receptores de la misma, volviéndola prácticamente insensible al dolor. Esto hace que se pueda utilizar como analgésico en casos de lumbalgia, por ejemplo.

Picante para perder peso

Muchas personas utilizan el picante con fines dietéticos o para adelgazar. ¿Cómo se explica esto? Por una parte, la capsaicina estimula el receptor cerebral que controla la temperatura del cuerpo, por lo que nos obliga a consumir más energía o, en su defecto, tirar de reservas del organismo (la grasa acumulada en los tejidos adiposos) para poder efectuar esta subida de temperatura. Por otra parte disminuyen los lípidos corporales. Según algunos investigadores, además de inhibir la proliferación de células grasas inmaduras, o pre-adipocitos, la capsaicina estimula su muerte celular programada (apoptosis). Este descubrimiento podría ser de una importancia relevante en el tema de  obesidad, ya que demuestra que a un uso controlado o prescrito por médicos impediría que los pre-adipocitos, que son las células grasas que todavía no han llegado a células adultas, se desarrollen hasta células grasas adultas.

No todos los estómagos toleran el picante

La comida picante siempre y cuando se tome con moderación y no se padezcan problemas intestinales no suele ser perjudicial para la salud. Sin embargo, tomada en exceso sí puede tener consecuencias negativas y por tanto no resulta conveniente habituarse a ella ni tomarla de una forma asidua y constante.

Nuestro organismo no es muy bueno metabolizando la capsaicina, por lo que podríamos decir que prácticamente expulsamos lo que ingerimos. Los receptores sobre los que actúa están en la epidermis, que hace que sus efectos irritantes se limiten a ambos extremos del tubo digestivo. Este es el motivo por el que el picante tiene fama de provocar molestias que se sufren en silencio.

La comida picante puede causar una irritación de las mucosas de nuestro sistema digestivo a todos los niveles (boca, esófago, estómago, intestino..) y ocasionar diferentes trastornos: ardor, dolor abdominal, diarrea, entre otros de mayor gravedad.

Por este motivo, está desaconsejada en aquellas personas que padecen gastritis, úlceras, reflujo gastroesofágico, hernia de hiato, o cualquier tipo de inflamación del sistema digestivo.

Cuando se incrementa la acidez estomacal recibe el nombre de hiperacidez y su consecuencia es el ascenso de la misma por el esófago, situación que en el tiempo lo daña al irritarlo, por ello cuando se sufre de acidez frecuente o trastornos relacionados, se deben evitar los pimientos picantes u otras especias similares por completo.

Así el esfínter esofágico inferior que se encuentra justo en la base del esófago, es el que se abre para permitir que el alimento entre en el estómago, pero cuando comemos demasiado rápido los alimentos picantes tenemos problemas digestivos, ya que el esfínter esofágico se puede abrir de forma esporádica o permanecer abierto, situación que permite el ascenso del acido estomacal perjudicial.

Barriga ¿cervecera?

La cerveza no es tan culpable

Revista QUO
Autora: Marian Benito

Tanta lata con la “tripa cervecera” (hay quien prefiere llamarla “curva de la felicidad”), y ahora la ciencia cae en la cuenta de que no existe cinta métrica que logre vincular la circunferencia de la barriga con los gramos de felicidad acumulada o litros de cerveza ingeridos. Ni la cerveza engorda tanto como se cree, ni la tripa es la despensa de la bonanza, aunque puede que en este peculiar algoritmo cerveza y felicidad casen bastante mejor.

La birra es social

Apetecible, accesible y con una variedad casi infinita de matices en tonalidades, sabores y sensaciones visuales y olfativas… No hay momento que se resista a calarlo en cerveza. Difícilmente se puede ya rebatir que se haya convertido en seña de identidad de cualquier encuentro y de las relaciones sociales y amistosas. Tomar cañas con los amigos es un placer irrenunciable. En el País Vasco, el 64% de la población se va de cañas después de hacer ejercicio, según una encuesta realizada por Cerveceros de España. ¿Hay mejor modo de rehidratarse y evitar las temidas agujetas?

A fin de cuentas, una tapa de banderillas y una cañita no suman más que 102 kcal. Si el acompañante es un pincho de tortilla de patatas, se convierte en una suculenta fuente de nutrientes, como proteínas, minerales y vitaminas.

“Tapeo y cerveza conforman un tándem inseparable, aunque también aumenta el número de consumidores que se decanta por la cerveza para acompañar su comida o cena, y los que demandan otros tipos de cerveza y especialidades Premium”, dice Jacobo Olalla Marañón, director de Cerveceros de España. Una cerveza incita a la charla, a compartir y a disfrutar de la riqueza gastronómica de nuestro país: tortilla de patata, pan con tomate y jamón, calamares, paella… En España, está ligada al estilo de vida mediterráneo y a la dieta a la cual da nombre.

En dosis moderadas (una o dos diarias) y en un contexto de alimentación sana y ejercicio físico regular, no provoca aumento de peso, ni de masa corporal, según concluye el estudio nutricional e inmunológico Consumo moderado de cerveza, dirigido por la doctora Ascensión Marcos, del Instituto del Frío del CSIC: “Esta, como otras bebidas fermentadas, ejerce algunos beneficios sobre nuestra salud cardiovascular, sobre todo por su alto contenido en antioxidantes, y también sobre nuestra respuesta inmunitaria contra patógenos externos”.

Lo corrobora también una investigación realizada con casi 2.000 hombres y mujeres de 25 a 64 años en la República Checa, publicado en European Journal of Clinical Nutrition: “No existe relación entre la cerveza tomada con moderación y el tamaño de la barriga de su consumidor”.

A la misma conclusión llega un estudio difundido por el Colegio Oficial de Médicos de Asturias, que relaciona el modelo de hombre y mujer con vientres colmados más con la cultura anglosajona, donde el consumo de cerveza y la comida rica en grasas saturadas se da en cantidades extremas. Y esto es lo peor: “Igual que el pan, la cerveza es un hidrato de carbono de asimilación media, y si no lo quemamos, nuestro cuerpo lo almacena en forma de grasa. Es fresquita y, sobre todo en verano, se bebe con muchísima facilidad. A poco que nos descuidemos, hemos consumido una cantidad alta”, explica Rubén Bravo, especialista en nutrición del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO)”.

La grasa es cuestión de sexos.

Llegados hasta este punto, a más de uno se le habrá desmoronado el pretexto para su mimada barriga, tan preciada para quien la lleva como inquietante para los médicos, porque lo que de verdad envuelve no es alcohol o bonanza, sino grasa visceral. Lo demás, puro eufemismo.

Cuando la barriguilla empieza a acusar la dichosa curva, no merece otro nombre, como advierte el especialista en obesidad y sobrepeso Rubén Bravo, que el de “curva de la mortalidad”, rebosante de muchos riesgos y pocas alegrías: “Infarto cerebral y de miocardio, diabetes tipo 2, disfunción eréctil, hernia de hiato, hígado graso, menor capacidad respiratoria, problemas de vesícula y aumento del ácido úrico y del colesterol… ¿Curva de qué? No encuentro mucha felicidad en estos datos”, afirma el experto.

Ni siquiera hay un atisbo de buen ánimo, puesto que esta grasa viril provoca un aumento de la hormona del estrés, el cortisol, al tiempo que debilita las endorfinas, que son precisamente las hormonas que facilitan la sensación de bienestar.

¿Pero por qué hombres y mujeres acumulamos la grasa de manera diferente? Nuestro tejido adiposo es distinto genéticamente. Un estudio dirigido por la profesora Deborah Clegg, del Southwestern Medical Center, indica que el tejido graso en el caso de los hombres se dirige a sus entrañas, mientras que las mujeres, por indicación de sus hormonas femeninas, lo llevan a su trasero, muslos y caderas. De hecho, la llegada de la menopausia hace que el depósito de grasa se vuelva más masculino, lo cual tampoco es demasiado consuelo.

“Pero no toda esa barriga generada por la mala alimentación y el sedentarismo representa un acúmulo de grasa exclusivamente. Más de la mitad es abdomen globuloso, provocado por el empuje de las asas intestinales ante una pared abdominal débil”, explica el cirujano estético Nazario Yuste Grondona. Y es precisamente esa falta de fuerza de la musculatura la que resulta incapaz de oponer resistencia al crecimiento de la tripa.

También se ha descubierto el gen que genera grasa próxima a los órganos vitales en individuos de apariencia delgada, con menor cantidad de grasa subcutánea, pero no visceral. En una investigación en la que han colaborado el CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid, se detectó que los individuos con una variante en el gen IRS1 podrían tener mermada su capacidad de almacenar grasa subcutánea. Esto provocaría que se dirigiera al tejido adiposo visceral y que los ácidos grasos fueran liberados al torrente sanguíneo. Y con ello, que se fueran acumulando en el hígado y en otros órganos”.

Al menos, aún nos queda el alivio de disfrutar de una buena cerveza, que deja a cada sorbo esa huella de espuma, unas veces fugaz, otras persistente.