Todo esto puede hacer que le echen del gimnasio

Las salas de entrenamiento tienen sus propios códigos, que conviene conocer si no quiere ganarse el desprecio del resto de socios y una amonestación del personal

El País, por Rosalía Quintana Martín

Lo que no hay que hacer en el GymSi pisa regularmente un gimnasio, sabrá que es un ecosistema singular en el que la gente se comporta con ciertos vicios adquiridos, unos agradables y otros no tanto. Lo que en cualquier otro lugar es un pequeño detalle sin importancia, aquí puede ser un gesto de cierta trascendencia, que atente contra el orden y la armonía deseables en estos recintos llenos de aparatos y gente ligera de ropa, sudorosa y jadeante. Vamos, que si de vez en cuando recibe miradas de reprobación de otros clientes —cuando no una amonestación verbal— quizá es que está cometiendo (sin darse cuenta, claro, claro) alguna de estas imperdonables tropelías, enumeradas por BuenaVida+.

1. Dejar las mancuernas en cualquier parte

Organizadas a pares por su peso (de forma creciente) en prácticos soportes, dejarlas en el suelo a la buena de Dios puede alterar la rutina de los demás, que tendrán que dedicar parte de su tiempo a buscarlas. Peor aún cuando son de esas a las que uno va añadiendo y quitando peso a voluntad. “Dejar las mancuernas limpias de peso sería lo ideal, ya que hay pesos que no puede levantar todo el mundo”, dice Leticia Fernández, entrenadora de centros Holiday Gym. ¿Adivina quién se encarga de que las pesas vuelva a su posición original? En efecto, el entrenador. Y solo los entrenadores personales lo asumen como parte de su cometido. “Así el cliente no tiene que preocuparse al finalizar la sesión de entrenamiento”, dice Jorge Martín Brañas, entrenador de la Clínica Imeo (Madrid).

2. Gruñir y gritar al levantar peso

Los “aarrrgh” y “uughhh” que resuenan en la sala, proferidos generalmente por tipos empeñados en levantar muchos kilos, sobresaltan al resto de clientes. “Es una reacción natural, pero puede molestar y desconcentrar a otros usuarios”, explica Leticia Fernández. A la hora de enfrentarte a grandes pesos, avise al monitor. “Él se encargará de estar pendiente para hacer lo que se llama ‘ayuda’, sujetando la barra en determinados momentos para evitar el sobreesfuerzo y que estos ruidos tan molestos no se produzcan”, aclara Martín.

3. Descansar sentado en el aparato

“Como lo normal es descansar entre series, la gente se queda sentada consultando sus redes sociales en el móvil, lo que impide que otra persona use la máquina durante esos minutos”, comenta Leticia Fernández. “Lo más productivo sería alternarse con otro usuario y que mientras uno descanse el otro se ejercite”, añade.

4. Hacerse selfies imprudentes

Los asiduos a inmortalizarse con la camiseta remangada aprovechando los espejos deben asegurarse de que nadie más sale en la foto. “En vez de usar aplicaciones que ayuden en tu rendimiento, mucha gente utiliza el móvil para hacerse fotos en el espejo, sin pararse a pensar que puede haber gente reflejada en él a la que no le haga ninguna gracia salir”, indica Jorge Martín. Que su cara congestionada salga en un post de Instagram con cientos de likes no es agradable. Y si el selfie es en el vestuario y le pilla en el momento en que se quita la toalla… peor aún.

5. Cascar por el móvil

En el caso de que tenga una conversación urgente, salga fuera de la sala de ejercicio. Los expertos coinciden en que el rato que pasamos en el gimnasio debe ser un momento de desconexión. En las clases colectivas es imprescindible poner el móvil en silencio: “Si se interrumpe, el resto de alumnos puede desconcentrarse o perderse las instrucciones del monitor”, explica Leticia Fernández.

6. Escoger una cinta al lado de otro corredor

Si todas las cintas de correr están vacías excepto una, y vas usted y se pone en la más cercana a la ocupada, el otro usuario te mirará enojado, como preguntándose por qué quiere estar tan cerca de él o por qué ha decidido salpicarle con su sudor. En opinión de Leticia Fernández, “entrenar es algo muy personal y por eso necesitamos sentirnos cómodos y relajados. Si alguien invade tu espacio de entrenamiento seguramente no tenga consecuencias sobre el ejercicio, pero no lo disfrutas al cien por cien, que es uno de los objetivos del deporte”.

7. Poner música sin auriculares

Vale, la música hace los entrenos más llevaderos. “Puede motivarte según el tipo de ejercicio: por ejemplo, si voy a hacer estiramientos, te ayudará una música relajada”, afirma Martín. Pero, a no ser que esté solo en la sala, unos auriculares molones son la solución: los demás no tienen por qué sufrir su afición por el reggaetón. Y si no, disfrute de la música de ambiente. “Está pensada para que acompañe el entrenamiento de los deportistas”, explica Leticia Fernández.

¿Azúcar antes que grasas?: El error más ‘gordo’ de los dietistas en la lucha contra la obesidad

Décadas atrás, los nutricionsitas intentaron prevenir que el sobrepeso se extendiera como una plaga pero, de manera paradójica, aceleraron su avance con recomendaciones erróneas.

RT
heladoHace algunas décadas, la grasa saturada sufrió una monumental derrota a manos del azúcar. Por aquel entonces los científicos y dietistas —primero en Estados Unidos; después, en otras partes del mundo— condenaron la grasa por hallarse en el origen de la obesidad y de las enfermedades cardíacas, escribe Ian Leslie en su estudio para ‘The Guardian’.

La idea vigente era que el consumo excesivo de grasas saturadas en alimentos como la carne roja, el queso, la mantequilla y los huevos eleva el nivel de colesterol, que se coagula dentro de las arterias, dificulta el flujo sanguíneo y provoca que el corazón aumente de tamaño. Además, se estimaba que si consumimos grasa, nos ponemos gordos.

azucar en alimentos RTAños después resultó que, pese a que miles de personas que pretendían tener una dieta más sana modificaron su alimentación, los problemas cardíacos se volvieron epidémicos y el porcentaje de personas con sobrepeso creció de manera alarmante. Ya en 1972, el prominente científico británico John Yudkin afirmaba en su estudio ‘Pure, White, and Deadly’ (‘Puro, blanco, y mortal’, en inglés) que el azúcar era la causa principal de la obesidad, los problemas cardíacos y la diabetes, al tiempo que aseguraba que comer grasa no resultaba dañino.

Los humanos consumimos carne grasa desde siempre e hidratos de carbono desde hace 10.000 años, cuando se inventó la agricultura. Sin embargo, el azúcar puro solo forma parte de nuestra dieta desde hace 300 años, así que es más probable que tenga la culpa del sobrepeso porque, explica Yudkin, el hígado lo procesa y lo transforma en grasa, que pasa al torrente sanguíneo.

A John Yudkin este documento le costó su carrera y su reputación, con lo que otros investigadores perdieron las ganas de desarrollar esta idea.

Ahora, cuando surgen estudios apologéticos sobre la grasa, el colesterol alimentario y los efectos negativos del azúcar, cabe preguntarse por qué lo científicos no solo no previnieron la epidemia de obesidad ni los problemas de salud relacionados sino que, incluso, la agravaron con ideas erróneas e infundadas.

El ‘cabildeo azucarero’

Es más, el ‘cabildeo azucarero’ de los investigadores y dietistas que siguen culpando de todos los males a la grasa aún es tan fuerte que las recomendaciones alimenticias que los informes del Gobierno de EE.UU. en 2015 no incluyeron la amenaza que representa el azúcar, algo que criticaron duramente sus propios congresistas.

La situación era muy distinta a mediados del siglo pasado, cuando la obesidad aún no existía como problema global, pero las enfermedades cardíacas ya empezaban a manifestarse. Antes de los años 60 eran comunes las dietas que prescribían comer menos hidratos de carbono y más grasas, pues en aquella época se tomó en serio la idea sobre el carácter dañino del azúcar, propuesta por primera vez por Yudkin en 1957.

grasaSin embargo, durante aquella década empezó a consolidarse la condena de las grasas saturadas y el colesterol, que en unos pocos años se volvió omnipotente, en particular gracias al investigador estadounidense Ancel Keys. Hacia 1970 la idea de Yudkin fue marginada por los opositores agresivos contra el consumo de grasas y el propio Yudkin fue condenado al ostracismo.

Hacia 1980 los científicos lograron convencer al Gobierno de EE.UU. de que una dieta saludable debe ser reducida en grasas saturadas y en colesterol, recomendación que fue incluida en la Guía Alimentaria, estableciéndose como el único consejo beneficioso para cientos de millones de personas, doctores y empresas del sector. Además, fue la primera vez que se recomendó comer menos de algo, en vez de comer un poco de todo, explica ‘The Guardian’.

Las cifras hablan por sí solas. Si en los años 50 el 12 % de los estadounidenses sufría obesidad, en la década de los 80 ese porcentaje aumentó hasta el 15 %, mientras que en torno al año 2000 uno de cada tres estadounidenses era obeso y aumentaron los índices de diabetes tipo 2, vinculada con este problema.

¿Cómo pudo pasar esto?

5709508ac46188d2608b4616En ocasiones, una idea científica es rechazada por razones que no tienen nada que ver con la ciencia, sino con la política. En este sentido, destaca la influencia de un investigador como Ancel Keys quien, junto con los partidarios que tenía en algunas de las organizaciones sanitarias más influyentes de EE.UU., como el Instituto Nacional de la Salud, controló la financiación de las investigaciones.

Keys y otros científicos partidarios de las dietas reducidas en grasas llevaron a cabo estudios a gran escala que corroboraron su idea, como ocurrió con un informe ‘emblemático’ llevado a cabo entre 1958 y 1964, en el que participaron 12.770 personas de Italia, Grecia, Yugoslavia, Finlandia, Países Bajos, Japón y EE.UU. y que estableció una fuerte correlación entre el consumo de grasas saturadas y las enfermedades cardíacas.

Ese documento sirvió de referencia durante muchos años, antes de que trascendiera que fue llevado a cabo sin respetar los principios de investigación científica. Es más, al revisar su contenido años después, el investigador italiano Alessandro Menotti reveló que establece un vínculo entre las enfermedades cardíacas y el consumo de azúcar, no al revés.

Dos problemas principales

Los humanos obtenemos energía de tres fuentes alimentarias: las grasas, los hidratos de carbono y las proteínas, que no suelen causar problemas. En cuanto a las dos primeras, condicionan dos principales tipos de dieta: reducidas en hidratos de carbono o en grasas… que obliga a consumir más hidratos de carbono, cuyo máximo representante es el ‘asesino blanco’, también conocido como azúcar.

El segundo error, extendido hasta la fecha entre más de la mitad de los médicos, es creer que consumir mucho colesterol se traduce en que aumenta su presencia en sangre. El organismo humano es mucho más complejo como para simplemente transferir los elementos de afuera a dentro sin ‘procesarlos’.

El colesterol que existe en nuestro organismo lo produce el hígado, que lo genera en menos cantidad cuanto más se consume. En este sentido, la mayoría de las personas puede comer decenas de huevos llenos de colesterol cada día sin que aumente la presencia de sus placas en su sangre. El propio Keys entendía esto, así que sus estudios no atacaron a los alimentos con mucho colesterol, sino que fueron en contra de las grasas saturadas, que estimaba que se transformaban en colesterol en la sangre, amenazando al corazón.

Fin del mito

A principios de los años 90 se dio una situación paradójica, cuando durante varios años los nutricionistas aconsejaban a las mujeres que siguieran dietas reducidas en grasas sin conocer sus efectos. El primer estudio a gran escala al respecto lo realizó el Instituto Nacional de Corazón, Pulmón y Sangre de EE.UU. en 1993 y reveló que las mujeres que seguían esos regímenes corrían el mismo riesgo de padecer cáncer o enfermedades cardíacas que las demás.

En 2008 un estudio de la Universidad de Oxford (Reino Unido) reveló que la nación europea que más grasa saturada consume padece la menor tasa de enfermedades cardíacas, mientras que la nación que menos grasa consume registra el nivel más alto de estas enfermedades. El primer país es Francia, el segundo es Ucrania y ninguno de ellos fue incluido en el famoso estudio de siete naciones de Keys.

Ese mismo año un análisis de la ONU reveló que ningún estudio anterior había demostrado realmente que un alto nivel de grasa en los alimentos provoca cáncer o enfermedades cardíacas. El estudio de 192 naciones de Zoë Harcombe estableció un vínculo directo entre un nivel más bajo de colesterol y las tasas más altas de enfermedades cardíacas.

El misterio de la obesidad

La idea más simple y difundida es que, si uno consume más calorías de las que gasta, engorda. Un gramo de grasa tiene dos veces más calorías que un gramo de proteína o de hidratos de carbono, con lo cual se podría deducir que las personas con sobrepeso son aquellas que comen grasa y no hacen ejercicio, algo que durante años se convirtió en un lugar común en relación a los obesos.

Sin embargo, la realidad no es tan sencilla. En EE.UU., el aumento de la obesidad desde los años 80 supera en mucho el crecimiento del consumo de calorías, mientras que la actividad física no ha disminuido. En realidad, no existen pruebas ciertas de que las personas con dietas reducidas en grasa o en calorías pierdan peso a largo plazo.

Mientras tanto, cada vez hay más estudios que vinculan la obesidad con los problemas con hormonas como la insulina, responsable del nivel de azúcar en sangre, apoyados por el consumo de almidones y azúcares, un tipo de comida que se volvió popular tras la ‘prohibición’ de la grasa. La nueva idea es que, cuando consumimos demasiados alimentos azucarados, crece el nivel de insulina en sangre que, en pocas palabras, genera una mayor sensación de hambre y quita energía, con lo cual provoca que las personas obesas se sientan cansadas.

Existen ya más de 50 análisis que sugieren que, para perder el peso y controlar la diabetes tipo 2, las dietas reducidas en hidratos de carbono son mejores que dietas reducidas en grasas.

El combate ‘azúcar contra grasa’ cobfirma de manera empírica la idea del físico Max Planck, según la cual «una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus oponentes y haciéndoles ver la luz, sino cuando los rivales mueren y las nuevas generaciones crecen acostumbradas a esa idea», escribe Ian Leslie. El problema es que, hasta ahora, demasiados ‘enemigos’ de las grasas y de Yudkin siguen activos.

Doce alimentos que te están ‘envenenando’ sin que lo sepas

Aunque los comamos a diario y muchos de ellos estén concebidos como sustitutos de otros que ‘engordan’, hay alimentos que pueden provocar serios daños a nuestro cuerpo.
Que.es

CAFÉ

cafeLa cafeína es una droga psicoactiva que acelera rápidamente el sistema nervioso y nos mantiene alerta, pero que conlleva una serie de peligros que hay que tener en cuenta. Como asegura el especialista en nutrición del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO) a Qué.es, Rubén Bravo, el café supone «un peligro en potencia instaurado en nuestros hábitos».
Aunque hay discrepancias sobre si es perjudicial o no un consumo normal (entre una y dos tazas al día), lo cierto es que gran parte de los expertos coinciden en los efectos del café a largo plazo.
En este sentido, las enfermedades más comunes que puede producir son hipertensión y diabetes. Esto se debe a que dota aporta una dosis de insulina muy fuerte en un corto espacio de tiempo. De ahí que el consumo de café nos proporcione una sensación de euforia y mayor captación cognitiva.
Además, tampoco se recomienda su consumo durante el tratamiento con ciertos medicamentos, como los tranquilizantes, ya que anula potencialmente sus efectos.

BOLLERIA INDUSTRIAL:
La bollería industrial dirigida especialmente a los niños, así como las galletas rellenas de chocolate o los cereales del desayuno chocolateados pueden contener grasas trans. ¿En qué consisten?
Son aceites artificiales conseguidos a través de la manipulación química de algunas materias primas naturales, como el aceite de coco o de palma entre otros. Es una grasa que se forma cuando el aceite líquido se transforma en una grasa sólida añadiendo hidrógenos. Este proceso se llama hidrogenación y sirve para incrementar el tiempo de vida útil de los alimentos, su textura y su sabor.
Esto incide en los niveles de colesterol, aumentando el ‘malo’ y disminuyendo el ‘bueno’, e incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y satura la capacidad vasodilatadora de los vasos sanguíneos.

SALSA BOLOÑESA PRECOCINADA
Tienen un aspecto sensacional y suponen un añadido perfecto para la pasta. Sin embargo, las salsas precocinadas presentan una serie de características que no favorecen el buen funcionamiento del organismo.
En el caso de la salsa boloñesa, al igual que ocurre con otro tipo de carnes preparadas, cuenta con un volumen de sal muy alto y una serie de conservantes que influyen en la pérdida de nutrientes.
Existen algunas salsas ya preparadas con niveles más bajos y, por lo tanto, más recomendables para su consumo, por lo que conviene fijarse en las etiquetas de los productos que adquirimos en el supermercado. La mejor solución, como siempre, pasa por invertir nuestro tiempo en prepararla de manera natural.

PALOMITAS PARA MICROONDAS:
La mayoría de las grasas trans de nuestra alimentación provienen de ‘alimentos industriales’. Por ejemplo, las palomitas de maíz con las que solemos acompañar las pelis que vemos en casa, contienen mucha sal, mantequilla y colesterol.
Pero la influencia de las palomitas en la salud no queda solo ahí. En 2002, un médico estadounidense observó que ocho trabajadores de una fábrica de palomitas presentaban la misma enfermedad pulmonar. Cinco años más tarde, un estudio reveló que esa dolencia estaba relacionada con la inhalación de diacetil, una sustancia utilizaba para producir su aromatizante con sabor a mantequilla.

BARRITAS ENERGÉTICAS
Fueron concebidas como sustitutivas de las clásicas chocolatinas y por lo tanto es lógico pensar que pueden ser más naturales y que incluso son beneficiosas en una dieta baja en calorías. Pero no, lo cierto es que este tipo de productos suelen presentar fructosa de maíz, una sustancia que estaría relacionada con el incremento de casos de diabetes tipo 2.
Es conveniente verificar las etiquetas y comprobar que la miel o el sirope que publicitan como uno de los ingredientes principales están presentes en realidad en una proporción recomendada y que la fructosa de maíz no acapara buena parte de su edulcorante.

CARAMELOS O CHICLES SIN AZÚCAR
caramelosExiste la creencia popular de que los caramelos o chicles sin azúcar son más recomendables para la salud dental de los niños -también de los adultos-, pero tenemos que considerar que hay algunos edulcorantes perjudiciales para la salud. Uno de los más señalados es el Aspartamo, una variante aprobada para su consumo en 1981 y presente en buena parte de este tipo de productos o de los refrescos bajos en azúcar.
El aspartamo tiene grandes detractores y varios estudios señalan que podría estar relacionado con diversas enfermedades. Por ejemplo, esclerosis múltiple, fibromialgia, malformaciones en el feto durante embarazos…
Por esta razón se recomienda excluir los productos con edulcorantes o azúcar refinado.

PLATOS PRECOCINADOS:
Las pizzas congeladas, así como otros alimentos precongelados (empanadillas o croquetas) pueden contener grasas trans. Lo recomendable en este tipo de alimentos es revisar bien las etiquetas nutricionales prestando atención a si en ellas aparecen las grasas parcialmente hidrogenadas.
Además, distintos estudios han relacionado el consumo de platos precocinados con el aumento de intolerancias a determinados aditivos, ya que gran parte de estos productos presentan algún tipo de aditivo para su conservación. Los más nocivos para la salud serían el glutamato monosódico o la tartracina, sin olvidar tampoco al ya mencionado aspartamo.

CEREALES
Lo más normal es consumirlos para el desayuno bajo el pretexto de que proporcionan la cantidad de energía necesaria para afrontar las primeras horas del día. Sin embargo, estos productos no tendrían valor nutricional de no haber sido enriquecidos previamente con todo tipo de vitaminas y minerales.
Además, como en el caso de las barritas energéticas, la mayoría presentan fructosa de maíz entre sus añadidos principales, que está relacionada con el aumento de los casos de diabetes tipo 2.

GALLETAS:
Las galletas, sobre todo si están bañadas o rellenas de chocolate, suelen contener grasas trans. Algunas marcas incluso se venden como un producto saludable, lo que induce claramente al error. Las grasas trans mejoran bastante el aspecto de los alimentos, lo que hace que la industria abarate costes con su utilización para alargar la vida útil de determinados productos.
Además según un estudio encabezado por el científico Joseph Schroeder, algunos tipos de galletas con un alto nivel de grasas y azúcar pueden provocar una adicción similar a la de ciertas drogas.

HELADOS:
Aunque en verano sean un producto ideal para combatir el calor, hay que tener cuidado con el número de helados que consumimos al día. En su creación su ingrediente principal era la fruta, pero ahora están monopolizados por los lácteos.
Algunos fabricantes utilizan aceites vegetales (palma o coco) para su elaboración, lo que hace que contengan grasas trans y elevado aporte calórico.
Lo más recomendable es reducir su ingesta o decantarnos por helados de base acuosa, que presentan un nivel de vitaminas más elevado.

HAMBURGUESAS:
Las hamburguesas son alimentos elaborados industrialmente con aceites vegetales, por lo que abusar de ellas solo va a conseguir que aumenten nuestros niveles de colesterol y triglicéridos en la sangre.
En este caso hay que tener en cuenta el tipo de carne que estamos consumiendo y su procedencia. Si su calidad es buena y la elaboración de la hamburguesa se realiza en casa, su valor nutricional será infinitamente más favorable.
Según la OMS, el consumo de grasas trans debería representar menos del 1% de las calorías diarias ingeridas por un adulto.

PATATAS FRITAS:
Las patatas fritas, preparadas para su consumo tras ser congeladas en ‘fast food’ o de bolsa, además de provocar un riesgo lógico de sobrepeso en determinadas alimentaciones, pueden resultar altamente adictivas. Esta característica se debe al alto porcentaje de grasas y carbohidratos que incluyen.
Si tienes antojo de este snack, lo mejor es que tú mismo peles las patatas y las frías en aceite de girasol, nada de comprarlas congeladas o consumirlas en cadenas de restaurantes de comida rápida.

La concienciación no funciona ¿Cuáles son las mejores armas de un país contra la obesidad?

Los ciudadanos de las sociedades occidentales siguen engordando pese a la ingente investigación y concienciación sobre la obesidad. Un estudio publicado en The Economist concluye que sumando iniciativas se podría conseguir que una quinta parte parte de la población con sobrepeso alcanzara un peso equilibrado en los próximos cinco o diez años.

Expansión, por Marga Castillo Grijota
las armas más efectivas contra la obesidad, foto by Expansion¿Por qué la gente sigue engordando pese a las numerosas campañas de concienciación contra los efectos de la obesidad? ¿Qué capacidad disuasoria tiene los Gobiernos para impedir que las poblaciones sigan ganando peso? Un análisis de McKinsey publicado en The Economist concluye que la concienciación, por sí misma, no funciona, pero combinando campañas y poniendo en práctica lo que ya se sabe, se podría revertir.

El 30% de la población mundial es obesa o tiene sobrepeso, un porcentaje 2,5 veces mayor que el número de adultos y niños en situación de desnutrición. La obesidad está implicada en el 5% de los fallecimientos y su impacto económico alcanza el 2,8% del PIB mundial, casi equivalente al del tabaquismo, las guerras y la violencia y el terrorismo juntos.

Los países ricos destinan entre un 2% y un 7% de su gasto en salud a tratar afecciones asociadas al sobrepeso, porcentaje que se eleva hasta el 20% si se incluye el tratamiento de las enfermedades asociadas como la diabetes. Sin embargo, la solución a la obesidad no es ni mucho menos simple.

En las tres últimas décadas ningún país ha conseguido unas tasas de éxito medianamente aceptables pese a los esfuerzos para concienciar a la población, según un estudio de The Lancet. Es decir, las campañas de concienciación impulsadas por las autoridades sanitarias no se han mostrado capaces de revertir esta tendencia al sobrepeso que invade las sociedades occidentales: seguimos ganando peso, aunque somos conscientes de que «estar gordo no es bueno».

Un estudio publicado por el Instituto de Investigaciones Globales de la consultora McKinsey (MGI, en sus siglas inglesas), del que se hace eco The Economist, explica por qué los programas de concienciación no han conseguido disuadir a sus habitantes de que mejoren su estilo de vida para no seguir ganando kilos de más.

La investigación, titulada Derrotando a la obesidad; un análisis económico básico, ha analizado 74 iniciativas puestas en marcha en 18 condados estadounidenses para ofrecer un punto de vista independiente e intentar abordar una nueva estrategia que consiga detener esta epidemia. «Si continuamos así, a finales de 2030 casi la mitad de la población adulta será obesa o tendrá sobrepeso», advierte la investigación.

Las iniciativas analizadas son diversas: desde aquellas encaminadas a impulsar la elección de alimentos saludables, hasta la disuasión, incluso dificultando el acceso en superficies comerciales a opciones de escasa calidad nutricional.

Así, MGI ha estudiado campañas de diverso ámbito entre las que se incluyen los menús subvencionados por el Gobierno estadounidense en colegios e institutos, las reformas legislativas para mejorar el etiquetado nutricional, así como restricciones publicitarias en comidas y bebidas hipercalóricas o campañas de salud pública centradas en la concienciación a la población general .

Entre todas las iniciativas analizadas, MGI encontró datos susceptibles de ser analizados en 44 iniciativas de 16 áreas. De los resultados se extrae que ninguna de las campañas puede hacer mucho si se pone en marcha de forma aislada.

Sin embargo, la combinación de las 44 iniciativas analizadas podría conseguir que al menos una quinta parte de la población con sobrepeso alcanzara un peso equilibrado en los próximos cinco o diez años. El estudio se centra en comportamientos, más que en analizar la respuesta clínica de nutrientes específicos o el papel que juega la genética. Desde el plato más pequeño hasta las ‘chuches’ fuera de la vista Según este análisis, en función de rentabilidad, lo más efectivo para luchar contra la obesidad es obligar a la industria y la restauración a ofrecer porciones más pequeñas y eliminar los ingredientes hipercalóricos. También se valoran otras iniciativas menos paternalistas, como la de sustituir en los supermercados las estanterías dedicadas a los dulces por opciones más saludables.

Lo que está claro, dicen los investigadores, es que animar a la gente a adelgazar y hacer más ejercicio, sin ningún tipo de ayuda opcional, es totalmente ineficiente. «Es posible que conciencie pero, claramente, no se lleva a la práctica».

¿Hasta qué punto tienen que implicarse los gobiernos para promover la salud? Es un intenso debate, señala The Economist, cuando se esgrime el concepto de la libertad de elección para cuestionar la efectividad de las campañas más efectivas.

El artículo recuerda el caso del alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, cuando en 2012 intentó limitar el tamaño de los refrescos azucarados: se topó con una gran reacción en contra y el intento acabó muriendo en los tribunales.

Pero John Stuart Mill, el filósofo decimonónico adalid del liberalismo, justificó las intervenciones del Estado cuando se podían prevenir daños a la sociedad. Y algunas de las medidas antiobesidad entran en esta categoría. Cuatro premisas: cooperación, límites, alianzas y ensayos El estudio de McKinsey establece cuatro conclusiones cuya aplicación en el ámbito de la salud pública ayudará a que quienes diseñan las políticas tomen decisiones informadas y que los países elijan soluciones sanitarias vitales que sean rentables.

1. Las iniciativas aisladas no funcionan Ninguna por separado tiene un impacto significativo para reducir la obesidad. Para conseguir resultados se necesita un conjunto de iniciativas adaptado a escala y adaptada para cada población determinada.

2. La educación y la llamada a la responsabilidad individual, es decir, la concienciación, es útil, pero no suficiente. La educación sanitaria tiene que ir acompañada de otras campañas encaminadas a promover el consumo responsable: porciones más pequeñas, prohibición de campañas de marketing perniciosas, así como la promoción de la salud y el deporte en las zonas urbanas para facilitar la actividad física.

3. Ningún componente de la sociedad puede luchar contra la obesidad aisladamente Ni gobiernos, ni distribuidores, ni empresas alimentarias, restaurantes, empleados, medios de comunicación, educadores, ni sanitarios. Para que una campaña sea efectiva se necesita la implicación de todos los sectores posibles. «Hay precedentes de que una alianza entre los gobiernos y la industria alimentaria en combinación con líderes comunitarios es capaz de hacer funcionar campañas de salud pública contra la obesidad».

4. Ninguna campaña funcionará sin establecer unas premisas fundamentales Cuantos más actores participen para poner en marcha una iniciativa, en todas las escalas y todos los niveles, basándose en el principio de la cooperación, más efectiva será. Si se priorizan determinadas campañas e investigaciones, se obstaculiza el éxito de la acción constructiva.

Mientras la investigación continúe, la sociedad debería ensayar, dar salida a proyectos piloto basados en la prueba-error en función de la evidencia científica, especialmente cuando los riesgos son bajos.

«La investigación en obesidad es prolífica, aprovechémoslo». Pese que la evidencia sobre la intervención clínica y comportamental para reducir la obesidad es todavía escasa, es prioritario aumentar los recursos para investigar, pero también poner en marcha ensayos y experiencias, concluye McKinsey.

En muchos casos, dar prioridad a una investigación prometedora puede tener un efecto perverso, ya que en el esfuerzo para intentar encontrar una «solución perfecta», se puede estar impidiendo pasar a la acción. «Mejor que esperar a tener pruebas de lo que funciona, hay que experimentar, aprender de los éxitos y también de los errores: sólo así podremos tener más conocimientos para mejorar».

¿Va al gimnasio?, ¡No tire la toalla!

Expertos aseguran que la paciencia es primordial para ver los resultados y lanzan una serie de recomendaciones para que su estancia en el gimnasio no sea un martirio

Fuente: Vanguardia de México/ EFE
La llegada de las lluvias y fríos, y lo desapacible de la gimnasia al aire libre. La necesidad de reducir los kilos de más y lucir una figura más esbelta durante la temporada calurosa. Las ofertas y descuentos especiales para inscribirse. El propósito de estar en buena forma y tener mejor salud que nos planteamos cada año que comienza….

Hay numerosas razones que nos invitan a entrenar bajo techo en algún momento de nuestra vida. Pero, ¿cuál es el lugar más adecuado para hacerlo?, ¿cuáles son las claves para sacarle el mejor partido a nuestras sesiones de gimnasio?

Según el Colegio Estadounidense de Medicina Deportiva, es muy importante que la sala que elijamos esté cerca de casa o del trabajo, y nunca lejos o a trasmano. El lugar elegido puede marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso.

Un gimnasio localizado fuera de los lugares o circuitos habituales donde desarrollamos nuestra vida o actividades “es la razón número uno por la cual las personas no se ponen en forma bajo techo con regularidad. Si no es muy conveniente, no piense que se va a desviar del camino para acudir», ha señalado el doctor Shawn Talbott.

El doctor Talbott, considerado uno de los mayores expertos estadounidenses en estilo de vida saludable, también aconseja visitar el gimnasio durante los días que uno piensa usarlo para comprobar la cantidad y tipo de gente que acude, así como su ambiente (música, ventilación, decoración).

«Si uno visita una sala deportiva el sábado por la tarde, puede estar bien, pero un lunes por la mañana quizá no consiga subirse a una cinta de caminar», añade.

Según este especialista, hay que tomarse el tiempo necesario para buscar y encontrar un lugar que tenga los recursos que uno necesita y comprobar si las instalaciones están limpias y sus equipos funcionan bien. Y conviene preguntarse: ¿las clases grupales se ofrecen a horarios convenientes?, ¿qué es lo más me importa de un gimnasio?

El doctor Talbott también recomienda no subestimar la importancia del ambiente y preguntarse cuán cómodo me sentiré sudando en ese lugar.

Quince minutos para comenzar

Otro requisito clave para triunfar en el local deportivo y reducir el riesgo de abandonar la práctica o sufrir una lesión consiste en avanzar poco a poco, con paciencia y sin demasiada prisa.

Quienes jamás han hecho deporte o gimnasia de forma sistemática o han pasado un lapso de inactividad, y desean perder peso, deben comenzar su actividad en el gimnasio de forma «muy suave», sin exceder el cuarto de hora la primera vez, ser constantes y acudir al gimnasio entre tres o cuatro veces por semana, aumentando cada día dos o tres minutos de ejercicio, aconseja el Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO).

«El principal error es intentar hacer en dos días lo que no se ha hecho en mucho tiempo, en años, e incluso nunca”, señala Ángel Nogueira, especialista en nutrición del IMEO.

Según este experto, “se suele empezar con muchas ganas, practicando de forma intensa o a un nivel no apropiado, pero un leve trauma, lesión muscular son suficiente motivo para abandonar. Suele pasar que como en un mes no se consiguen los objetivos, se deja la práctica deportiva».

«El ejercicio físico es mucho más efectivo cuando se practica poco tiempo al día y muchas veces a la semana. Hay que empezarlo con un calentamiento de cinco a diez minutos y terminarlo con unos estiramientos de un mínimo de diez minutos», señala el especialista del IMEO.

“A las dos semanas», explica Nogueira, «se podría optar por una clase colectiva de intensidad mínima o un circuito en máquinas de tonificación. También es importante dar al cuerpo un descanso de dos días consecutivos, por ejemplo, el fin de semana».

“Cuando deciden apuntarse a un gimnasio o hacer algún tipo de deporte, muchas personas empiezan realizando un sobreesfuerzo en los primeros días, que acaba repercutiendo en todo el cuerpo.

Realizar ejercicios de mucha intensidad y de larga duración es el error más frecuente”, explica el doctor Daniel Forte, de la Sociedad Española de Medicina del Deporte (SEMD).

“Al principio, todos estamos muy motivados y con muchas ganas, pero el principal ingrediente en el gimnasio debe ser la paciencia y empezar poco a poco”, aconseja Forte.

Para este médico de atención primaria, «la clave está en un incremento progresivo de la actividad con periodos de recuperación adecuados para facilitar la adaptación del cuerpo, y en hacer un buen calentamiento previo al ejercicio. También son beneficiosos los masajes de recuperación y la hidroterapia”.

Decálogo para novatos

“Una práctica ‘irracional’ de ejercicio puede provocar un amplio abanico de dolores musculares, como contracturas, distensiones y lumbalgias. También son frecuentes las roturas de ligamentos, los esguinces y las dislocaciones, siendo rodillas, tobillos, hombros y muñecas las articulaciones que más sufren”, según la Sociedad Matritense de Cirugía Ortopédica y Traumatología.

“Para aclimatar el músculo, tenemos que empezar a entrenar suavemente”, comenta el doctor Forte, que agrega que hay dos maneras de sufrir una lesión en el gimnasio: “Haciendo ejercicios muy intensos con una mala técnica, o haciendo ejercicios de intensidad moderada y muy repetitivos. Esto incluye las clases de ‘step’, de `aeróbic´ con pesas o las de `fitness´”.

Otro error muy común es “no emplear un calzado o vestimenta adecuados”, señala el experto.

Consejos para no abandonarlo

La SEMD que ofrece 10 consejos para novatos en el gimnasio:

1.- No obsesionarse: es importante hacer ejercicio de manera controlada y sin excesos.

2.- Calentar para preparar al cuerpo antes de la actividad física. Una serie de sencillos ejercicios durante 15 ó 20 minutos que estiren los músculos son suficientes.

3.- Hacer ejercicio gradualmente. No pretender hacer en un día lo que no se ha hecho en meses y aumentar progresivamente de intensidad y duración.

4.- Dosificar. Ir al gimnasio un máximo de 2 ó 3 veces por semana. Si no somos deportistas, someter al cuerpo a sesiones maratonianas puede ser perjudicial.

5.- Seguir los consejos de un preparador. No lanzarnos sin saber qué ejercicios se adecuan mejor a nuestra anatomía, la manera correcta de realizarlos y el tiempo que debemos dedicarles.

6.- Seguir unas tablas. Es mejor hacer poco ejercicio pero de calidad, con unas tablas adecuadas a las necesidades de cada uno y que ejerciten los músculos de forma controlada.

7.- Conocer el cuerpo, nuestras debilidades y posibilidades. Tienen que tenerse en cuenta la edad, el estado de salud, el estado de forma, y tener claro cuándo decir basta.

8.- Hacer estiramientos. Al acabar el ejercicio y durante 15 o 20 minutos. Evite las sobrecargas.

9.- Seguir una alimentación equilibrada. Hidratos de carbono, proteínas, vitaminas y minerales no deben faltar en ninguna dieta.

10.- Tener siempre a mano un analgésico para aliviar el dolor y la inflamación.