¿Qué es el ‘city training’? Cómo adelgazar sin hacer deporte

El ritmo de vida frenético a veces hace difícil conciliar el día a día con el deporte. El ‘city training’ ofrece una alternativa: aprovechar la movilidad diaria para hacer deporte y reducir peso.

La Sexta, por Guillermo Rodríguez Pérez

Escaleras persecución | Pixabay.com

La actividad física y la perdida de peso no tiene por qué implicar deporte. Es decir, podemos llevar una vida activa y huir del sedentarismo sin necesidad de acudir al gimnasio. Solo tenemos que desacostumbrarnos de ciertas conductas e intentar movernos más en el día a día para adelgazar.

Rubén Bravo, experto en nutrición y portavoz del Instituto Médico Europeo de Obesidad (IMEO), acuñó hace tiempo un nuevo concepto para la actividad física diaria que no implica deporte: ‘city training’. “Consiste en ir sacando calorías a lo largo del día. Lo acuñamos hace un par de años para ayudar a pacientes que no podían o no querían ir al gimnasio”, explica Bravo a lasexta.com

En su clínica, Bravo recomienda a sus pacientes que, por ejemplo, “se bajen del metro o el autobús una parada antes, que suban y bajen escaleras en vez de utilizar el ascensor… Nos dimos cuenta de que hacer eso todos los días era como meterte en una clase de ejercicio en un gimnasio”.

La Organización Mundial de la Salud habla de estas actividades como algo positivo, y menciona que “las políticas relativas al empleo y el lugar de trabajo” deben fomentar “los desplazamientos activos y las oportunidades de realizar actividades físicas durante la jornada laboral”.

“La gente relaciona el ejercicio con ir al gimnasio. A muchos no les gustan los gimnasios, pero el concepto de estilo de vida activo y de realizar actividad física no está necesariamente relacionado con hacer un deporte en concreto”, reflexiona Bravo.

Aumento del sedentarismo

El sedentarismo y los estilos de vida con una escasa o nula actividad física se han incrementado. La OMS indica que los niveles mundiales de actividad física “no han mejorado desde 2001”.

De hecho entre ese año y 2016, la “insuficiente actividad física” aumentó cinco puntos porcentuales, del 31,6% al 36,8% en los países de ingresos altos, según la Organización Mundial de la Salud.

“Hay personas que no tienen tiempo, que llegan tarde a casa o tienen hijos, y aprovechan el tiempo diario para hacer 8.000 o 10.000 pasos”, dice Bravo. “Durante el fin de semana están activos, hacen gimnasia aeróbica moderada. Así, durante la semana tonificas y con la parte aeróbica quemas grasa, consiguiendo hacer un deporte mixto”, asegura.

Además, la pandemia hace que mucha gente pueda tener reticencias a ir al gimnasio, un lugar cerrado y con mucha gente. Bravo cuenta que hay personas “que se han montado un pequeño gimnasio en casa, que se han comprado una bicicleta estática, unas mancuernas o cintas de pilates, han hecho una inversión y lo quieren a aprovechar”.

¿Cuánto tiempo debemos hacer ejercicio?

La Organización Mundial de la Salud marca unas pautas a seguir por una persona adulta, de entre 18 y 64 años:

  • Dedicar 150 minutos (2 horas y media) semanales a la práctica de actividad física aeróbica, de una intensidad moderada, o 75 minutos de actividad física aeróbica vigorosa cada semana. Se pueden combinar equivalentemente actividades moderadas y vigorosas.
  • La actividad aeróbica se debe practicar en sesiones, como mínimo, de 10 minutos de duración. Los adultos de este grupo de edad podrían aumentar la actividad física moderada aeróbica hasta 300 minutos por semana, o hasta 150 minutos semanales de actividad física intensa aeróbica.
  • Realizar actividades de fortalecimiento de los grandes grupos musculares, mínimo, dos veces por semana.

La OMS habla de los beneficios de la actividad física en adultos citando la mejora del sueño, de la salud mental –ansiedad y depresión-, la hipertensión, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares.

Para niños y adolescentes, habla de mejora de la salud ósea, salud mental, resultados cognitivos y el estado físico general.

Así se trata la obesidad a través del deporte

Además de la disminución de peso y de grasa, la actividad física mejora, entre otros, los factores de riesgo cardiovascular

El Norte de Castilla, por Javier García Rioja

gym_xoptimizadax-k2uc-u21836680367mlf-575x323norte%20castillaEl sobrepeso y la obesidad son definidas por un índice de masa corporal (IMC) de 25-29,9 y mayor de 30 respectivamente. Se caracterizan por la acumulación de niveles excesivos de grasa corporal y contribuye a las enfermedades cardiacas, hipertensión, diabetes y algunos cánceres, así como dificultades psicosociales y económicas.

El tratamiento del sobrepeso y la obesidad mediante la actividad física es una importante iniciativa, ya que numerosos estudios han mostrado los efectos beneficiosos en la disminución del peso y la masa grasa en individuos con sobrepeso y obesidad. Estos efectos incluyen una mejora en los factores de riesgo cardiovasculares, tales como descenso en la presión arterial, descenso del LDL (colesterol malo), aumento del HDL (colesterol bueno), descenso de los TG (trigilicéridos) y una mejora de la tolerancia a la glucosa, entre otros.

Todo esto unido a una alimentación variada y saludable, será la base fundamental para abordar este tipo de problemas y encaminarnos hacia modelos de vida saludables.

¿Que consideraciones básicas tenemos que tener en cuenta si tenemos sobrepeso u obesidad y decidimos a comenzar con un programa de entrenamiento?

1. Realizar un chequeo médico previo para conocer posibles factores de riesgo que se puedan tener de cara al ejercicio, con el fin de saber que es lo que se debe y no se debe hacer en cada caso, conociendo posibles contraindicaciones médicas a tener en cuenta a la hora de diseñar un programa de entrenamiento de calidad y adaptado a la persona que lo va a ejecutar

2. Realizar actividades físicas que aumenten el gasto calórico, predominantemente ejercicios cardiovasculares, ya que van a ser el pilar fundamental para incrementar nuestro gasto calórico. Es ideal combinarlos con entrenamiento de fuerza (con pesas), lo cual puede aumentar notablemente la quema de calorías tras el ejercicio y nos ayudará a mantener nuestra masa muscular activa y sana y de esta manera encaminarnos a la reducción del peso graso, siempre con una buena progresión y adaptación del entrenamiento en función del nivel de forma física y dependiendo del caso con el que estemos trabajando. (Ejemplo: Ante el mismo objetivo, que en este caso es la pérdida de peso, no será lo mismo el entrenamiento para una persona que haya practicado deporte durante 6 años que para una persona que nunca ha hecho ejercicio).

3. No realizar actividades que supongan impacto en las articulaciones (correr, saltar…), al menos al principio, ya que nuestras articulaciones no están preparadas para soportar el exceso de peso, por tanto repercutirá en nuestra salud articular. Soportar nuestro peso en ciertas acciones (las que llamamos de impacto) no es lo ideal y posiblemente no va a ser saludable para nuestro cuerpo cuando hablamos de personas con sobrepeso u obesidad.

4. Llevar una alimentación que suponga un balance calórico negativo, es decir que gastemos más calorías de las que ingerimos, llevando una alimentación completa pero con una evidente restricción calórica.

¿Cuanta es la cantidad necesaria de ejercicio físico para una reducción del peso corporal?

Tenemos que diferenciar entre pérdida de peso (donde no distinguimos de dónde viene esa pérdida) y pérdida de peso graso (donde la reducción del peso es proveniente de la grasa).

Lo más saludable es encaminarnos a una disminución del peso graso conservando la masa muscular.

-Importancia de la frecuencia de entrenamiento: Es importante realizar actividad física de manera regular durante la semana, al menos 3 días por semana, aunque muchos expertos recomiendan una frecuencia de 4 o 5 días incluso. Esto es fundamental para mantener un balance calórico negativo día a día, y progresivamente ir bajando de peso.

¿Cuál es mi recomendación?

Acude a un buen profesional de la actividad física, profesional médico y profesional en nutrición, ya que el trabajo conjunto de ambos facilitarán el progreso hacia la pérdida de peso.

Además tus resultados serán mayores que si realizas actividad física por tu cuenta y sin saber porqué lo haces, ya que personas profesionales y cualificadas te ayudarán a encaminarte de la manera más segura y saludable hacia tu objetivo, en este caso, la bajada de peso.

¿Qué es peor: un atracón de beicon o de dulces?

Expertos nutricionistas despejan la eterna duda: grasas versus carbohidratos

El País, por Elena Horrillo

1471342866_572511_1471423965_noticia_fotograma¿Grasas o carbohidratos? Adivinar quién es el malo de la película parece fácil: «Las grasas», dirá probablemente, con soltura. Un macronutriente de los tres principales (grasas, proteínas e hidratos) al que se ha demonizado en casi todas las dietas. Se ha llevado el sambenito de responsable de la obesidad y de las grasas acumuladas, se ha vinculado al aumento del colesterol y a un mayor riesgo cardiovascular. Sin embargo, la nutrición no es una cinta de Hollywood; aquí los malos no son tan malos, la ciencia evoluciona y los matices no solo son importantes, sino primordiales.

Pongamos las cartas sobre la mesa. Es cierto que las grasas tienen más calorías: 9 kcal por gramo, frente a las 4 que tienen las proteínas y los hidratos; pero también es cierto que, como el resto de macronutrientes, son completamente necesarias para nuestra dieta. Aportan el combustible a nuestro cuerpo, son imprescindibles para la absorción de importantes vitaminas (A, D, E y K), suministran ácidos grasos fundamentales y forman parte de la estructura de otros compuestos esenciales como las hormonas esteroides y los ácidos biliares. Aunque, eso sí, hay que tener en cuenta que no todas las grasas son iguales. Y esta es la piedra angular del asunto. Hay tres grandes tipos: en primer lugar, las insaturadas, que se dividen a su vez en monoinsaturadas (de origen vegetal, como el aceite de oliva o el aguacate) y poliinsaturadas (del pescado azul y otros aceites como el de girasol). El segundo grupo es el de las saturadas, presentes principalmente en carne y lácteos derivados de la leche entera. Y, por último, las grasas trans, que son las que pasan de ser insaturadas a saturadas (alterando las parejas de átomos), normalmente, de forma artificial, al añadir más hidrógenos, aumentando así su perdurabilidad y mejorando su textura. A este grupo pertenecen las margarinas, bollería industrial y multitud de alimentos preparados.

A pesar de la gran diferencia entre unas y otras, se las englobó en el mismo saco durante décadas. “De algún modo se equipararon todas las grasas con las saturadas, por lo que las recomendación nutricional era evitarlas y tomar, en su lugar, carbohidratos”, explica Emili Ros, director de la Unidad de Lípidos del Hospital Clinic de Barcelona y jefe de grupo de Obesidad y Nutrición del Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBEROBN) del Instituto Carlos III. Así pues, durante años, se asoció directamente el consumo de cualquier tipo de grasas con el aumento del colesterol y, por tanto, con el incremento del riesgo cardiovascular. Además, múltiples dietistas ayudados por numerosas campañas de márketing hicieron de lo bajo en grasa (de nuevo, de forma genérica) un reclamo de dieta saludable. Pero la mayonesa light engorda (y mucho).

Con el tiempo, comenzaron las necesarias diferenciaciones y empezaron a borrarse o matizarse algunos de los estigmas atribuidos a este nutriente. Para nuestro cerebro, la conexión puede ser obvia: a mayor consumo de grasa, más obesidad; pero lo cierto es que la asociación no es tan sencilla. “La gente que come más grasas vegetales [aceites de oliva, girasol o maíz, aceitunas y frutos secos] no tiene más tasas de obesidad ni ganan más peso que las que consumen más carbohidratos. Para el tratamiento de la obesidad, un régimen hipocalórico con más grasa es más fácil de tolerar y consigue más pérdida de peso que con una dieta alta en carbohidrato”, asegura Ros.

¿Y qué pasa con el riesgo cardiovascular? Hasta ahora se afirmaba que había correlación entre el consumo de este tipo de lípidos y los peligros para el corazón, pero algunos estudios comienzan a ponerlo en duda. Porque ni siquiera la asociación grasas insaturadas/buenas y grasa saturadas/malas es certera. “El debate existe porque se ponían en un mismo saco a todas las grasas saturadas. Ahora se ha visto que hay que darles nombres y apellidos: no todas tienen el mismo efecto”, asegura Eduard Baladia, profesor de la Universidad de Alicante y editor de la Revista Española de Nutrición Humana y Dietética. Tanto es así que Ros asegura que solo si se sustituyen «las grasas saturadas por mono o poliinsaturadas, baja el riesgo cardiovascular. Su mera eliminación carece de efecto sobre este problema y la diabetes».

Baladia se muestra más cauto: “La mayoría de las grasas saturadas siguen teniendo efectos nocivos”, aunque asegura que los lípidos son solo “un factor más” al evaluar los peligros a nivel cardiovascular: “Las grasas nunca han sido el único elemento a tener en cuenta, el peso ha sido otro, la obesidad abdominal, la ingesta energética o la falta de ejercicio físico”. Sin embargo, Ros es más optimista y cree que habría que ir sacando del banquillo de los acusados a la leche entera, los lácteos fermentados ricos en grasa como el queso y las carnes rojas magras. Se quedarían, sin embargo, las carnes procesadas, como ya adelantó en su día la OMS.

El peligro de los azúcares

El debate sobre las grasas se encuentra abierto y la evidencia científica trabaja contra reloj para aportar más certezas sobre el asunto. Sin embargo, en lo que todos los expertos consultados se muestran de acuerdo es en la condena a los hidratos de carbono refinados, es decir, el azúcar y aquellos a lo que se les ha eliminado la parte más rica en fibra. Aquí también es capital la diferenciación entre estos y los hidratos buenos (principalmente los integrales y los que se encuentran se forma natural en frutas y verduras). “Estos van entrando lentamente, así que nos aportan energía estable a largo plazo, en cambio, los azúcares nos provocan un pico de insulina, que es una energía que dura poco y que, si no la quemamos, la almacenaremos en forma de grasa”, explica Rubén Bravo, experto en nutrición y portavoz del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO).

Los refinados sí se han demostrado enemigos de nuestro corazón. Según el informe Consenso sobre las grasas y aceites en la alimentación de la población española adulta, dirigido por Ros, “las dietas altas en hidratos de carbono, particularmente aquellas con un alto índice glucémico [que elevan rápidamente la glucosa en la sangre: donuts, azúcar de mesa, refresco, pasta blanca, natillas, golosinas…], contribuyen, no solo a un mayor riesgo cardiovascular, sino también de síndrome metabólico, obesidad y diabetes”. Baladia señala que su consumo “hace que aumente la producción de grasa saturada endógena” y señala a los integrales como sustitutivos primordiales.

Tanto Ros como Baladia señalan un punto fundamental que parece resumir, con grandes dosis de sentido común, el estado de la cuestión: la importancia del tipo de grasa o de hidratos, y recordar que un alimento no se compone de un único nutriente. Por ello, Ros se muestra tajante: “Es mucho más importante el alimento que el nutriente”. El foco, más que en consumir más o menos grasas, más o menos hidratos o más o menos proteínas, debe centrarse en tomar más alimentos saludables. Y ni un kilo de beicon o una caja de donuts parecen serlo…

Pasarse al vino blanco en verano no es tan buena idea

1435851125_623069_1435852170_noticia_normalEl modo de elaboración del tinto lo hace más rico en antioxidantes, razón por la que algunos médicos recomiendan su consumo moderado

  • Cómo puede un vino de 8 euros ser mejor que uno de 1.000

El País, por Inés Romera
«Uy, el vino tinto es sanísimo. Una copita con la comida, mano de santo». Vale, suena a remedio de la abuela, pero muchos médicos lo avalan. Sin embargo, nadie habla del blanco, que, por otro lado, apetece más que nunca en verano por su baja temperatura de consumo. ¿Qué ocurre con ese licor? ¿Acaso no iguala los aclamados poderes del bermellón?

¿Qué beneficios tiene el vino? Rubén Bravo, director del departamento de Nutrición del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO), explica: “El consumo moderado ayuda a prevenir enfermedades del corazón y mejora el sistema inmunitario o envejecimiento prematuro”. El especialista de IMEO también valora positivamente la huella nutricional del vino, gracias a su alto contenido en minerales como potasio, calcio o magnesio, y vitaminas hidrosolubles como la B1, B2, B5 y B6 («las de este grupo intervienen en el funcionamiento del sistema inmunológico, nervioso y mantienen la salud de la piel y el tono muscular»), y en menor cantidad, ácido fólico, vitamina B12 y C. Pero hay más bondades: “Tiene una alta composición en resveratrol, un componente con demostradas propiedades antioxidantes”, añade. British Medical Journal (BMJ) estima que la cantidad recomendable de consumo para que repercuta positivamente en la salud es de una copa de vino diaria (5mng de alcohol).

El vino no es recomendable (ni tinto ni blanco) para una persona con insuficiencia cardíaca»

Esteban López de Sá, jefe de Cardiología del Hospital Universitario La Paz de Madrid

¿Qué hay de sus efectos preventivos en el sistema cardiovascular? Hay numerosos estudios en torno a los posibles beneficios del vino en nuestra salud, “pero no es tan sencillo”, precisa Esteban López de Sá, jefe de sección de Cardiología del Hospital Universitario La Paz de Madrid: “Estos estudios no se pueden hacer igual que cuando se prueba, por ejemplo, un medicamento. Son más bien asociaciones: se puede decir que había menos riesgo de padecer enfermedades coronarias como angina de pecho o infarto de miocardio en pacientes que consumían esa cantidad moderada de vino tinto. Pero eso no quiere decir que los médicos vayamos a recetarlo, y menos a alguien que no tiene el hábito de consumirlo. También hay que decir que, por ejemplo, su consumo no sería recomendable para una persona con insuficiencia cardíaca». Hay incluso corrientes científicas que niegan sus beneficios.

¿Quiénes deben evitar su consumo? “Por ejemplo, deben evitarlo mujeres embarazadas o en periodo lactante, quienes toman determinados fármacos y, en ningún caso, pacientes con enfermedad hepática”, aclara Javier Graus, especialista en aparato digestivo del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid.

¿Por qué se recomienda más el tinto que el blanco? El secreto está en la piel de las uvas con las que se elabora el vino, que es donde se encuentran esas sustancias tan beneficiosas. “La principal diferencia en la elaboración de tintos y blancos es que el blanco se hace simplemente estrujando y prensando las uvas blancas para extraer un líquido (el mosto blanco) que luego fermenta solo en el depósito hasta convertirse en vino”, explica Rafael Somonte, enólogo y director técnico de las Bodegas Dominio de Tares en el Bierzo, en León. “Sin embargo, en la elaboración del tinto, las pieles de la uva tinta, con su enorme contenido en polifenoles [componentes de origen natural con propiedades antioxidantes], se maceran junto con el mosto tinto dentro del depósito, durante alrededor de 20 días, para que con el paso del tiempo, la mayor parte de los componentes de la piel de la uva migren al mosto y se integren en él. Ese mayor contenido en polifenoles es lo que al final disfruta el consumidor en su copa”. Resumiendo: el vino tinto fermenta en contacto con los hollejos y las pepitas; y así, los pigmentos y diferentes elementos beneficiosos de la piel pasan al mismo.
stá claro que la cantidad de sustancias antioxidantes presentes en el vino tinto es mayor que en el blanco, destaca Vanesa León, nutricionista de la Asociación de Dietistas Nutricionistas de Madrid (ADDINMA). “En el tinto se mantiene la piel de la uva, que es donde hay mayor cantidad de antioxidantes, como el famoso resveratrol, que tanto interés científico despierta. Estas sustancias tienen la capacidad de reducir la oxidación de algunas grasas que circulan por la sangre, como el colesterol LDL [colesterol malo], y evitar así que se peguen a las paredes de las arterias. Además, el resveratrol tiene actividad antioxidante, es decir, previene del envejecimiento prematuro de las células del organismo. Eso sí, para conseguir ese beneficio deberíamos ingerir mucha más cantidad de la recomendada, por lo que la industria de la nutricosmética ya tiene en el mercado diversos preparados de resveratrol concentrado con mayores dosis que las presentes en el vino”, aclara la nutricionista.

¿Todos los tintos son iguales? “No exactamente”, observa Rubén Bravo. “Depende del tipo de uva que se utilice en su elaboración, las concentraciones de resveratrol serán más bajas o más altas. En concreto, aquellos que utilizan las uvas pinot noir, merlot o tempranillo tendrán más antioxidantes que los que utilizan otras variedades”.

¿Qué cantidad es la adecuada? La recomendación limita el consumo a una o dos copas diarias. Así, un consumo de unos 200-250 mililitros contribuye a la vasodilatación y aporta un efecto antioxidante, que se ha relacionado con una menor incidencia de infarto de miocardio y enfermedad coronaria en comparación con los abstemios, según explica la nutricionista Vanesa León. “Aumentar el consumo para beneficiarse de los antioxidantes puede, por el contrario, aumentar la tasa de mortalidad total y la debida a enfermedades cardiovasculares. En exceso, provoca intoxicación aguda o crónica, bajadas bruscas de tensión, alteraciones psicológicas y del ritmo cardíaco, lesiones neuronales a largo plazo, dependencia…», enumera León. Javier Graus le da la razón: “El abuso comenzará a revertir los efectos positivos en negativos, sustituyendo el efecto revitalizante por somnolencia y dolor de cabeza, aumentando el riesgo de hepatotoxicidad, especialmente en las mujeres, pues estas tienen mayor sensibilidad a la toxicidad por alcohol que los hombres”.

Cómo adelgazar en pocos días: el verdadero ejercicio quemagrasas

Una propuesta de plan intensivo de ejercicios para adelgazar en pocos días sólo pensada para corredores acostumbrados a salir a rodar entre 3 y 4 veces en semana
El Confidencial, por Daniel Camiroaga
Durante la Fase Fast de la Dieta de los Días Alternos se pierden hasta 2 kg por semanaCorrer ha sido siempre el ejercicio por excelencia al que todo el mundo recurre cuando llega el buen tiempo y el verano se ve peligrosamente cerca. Si a estas alturas del año no hemos logrado nuestros objetivos y nuestro paso por el gym ha sido intermitente, nuestras obligaciones diarias han impedido que entrenemos con regularidad y no hemos cumplido con nuestra meta de llegar en plena forma al verano, se imponen medidas drásticas y de urgencia. Casi todas ellas pasan por la creencia de que tenemos que calzarnos las zapatillas y salir a correr y cuanto más mejor para lograr quemar esas grasas que nos afean y terminar luciendo el aspecto deseado cuando nos enfundemos el bañador.

No es errónea ni mucho menos esta teoría de que correr es el mejor ejercicio quemagrasas, pero contra lo que la mayoría de la gente pudiera pensar, si queremos conseguir nuestro objetivo, no basta con salir a correr a ritmos controlados o lo que es lo mismo, largo y lento. Este tipo de entrenamiento permite comenzar a quemar calorías, pero si no eres un corredor habitual, su cuerpo pronto se acostumbrará, la quema de calorías y perdida de peso se verá reducida al mínimo y no será tan efectiva como pretende. Si es corredor más o menos habitual, acostumbrado a salir a rodar 3-4 veces en semana, proponemos los siguientes ejercicios: ¡Un auténtico plan quemagrasas!

Cómo perder peso en pocos días

Para que sea realmente efectivo y note como la grasa va desapareciendo de su perímetro abdominal, no basta con correr a ritmo lento y largo, debe combinar esta rutina con: series, intervalos, cuestas y circuitos de ejercicios específicos.

Lunes

Los lunes es el día que más fatiga podemos tener acumulada, por la tirada larga que proponemos más abajo para el domingo y porque la vuelta al trabajo nos puede suponer un mayor cansancio anímico; por eso, proponemos un ejercicio corto pero intenso, series de cuestas cortas.

Objetivo: nos ayudará a fortalecer las piernas, adquirir potencia y elevar nuestro ritmo cardiovascular, haciendo que su alta intensidad queme grasas durante más tiempo a lo largo del día.

Ejecución: En una cuesta pronunciada de unos 50 metros máximo, esprintamos a una intensidad del 85% de nuestra capacidad aeróbica, para después bajar muy despacio, al trote para recuperar y volver a iniciar el siguiente esprint. Cuando completemos las 7 repeticiones de cada serie, haremos un sprint controlado en una recta de 100 metros, tras lo cual, descansamos 90 segundos antes de iniciar la siguiente serie.

Repeticiones: 3 series de 7 cuestas cortas.

Martes

Este día tocará un entrenamiento por intervalos. Este es uno de los entrenamientos más efectivos que existen, tanto para alcanzar la forma como para mantener nuestro metabolismo activado a lo largo del día y quemar grasas durante más tiempo.

Ejecución: correremos durante 30 minutos. De ellos, los primeros 5 minutos serán para calentar, corriendo despacio, para ir entonando los músculos y los últimos 5 para enfriar. Una vez realizado el calentamiento y sin interrumpir la carrera, comenzamos a correr alternando un minuto más rápido y un minuto más lento, intercambiando la serie rápida y lenta 10 veces. El ritmo de la serie rápida y lenta debe ser tal que la rápida nos eleve considerablemente el ritmo cardiaco y el lento nos permita recuperar para afrontar la nueva serie rápida y que podamos hacer esto durante 10 veces.

Miércoles

El entrenamiento de cuestas largas es uno de los más exigentes para el corazón, pero también de los más eficientes a la hora de quemar calorías y reducir grasas.

Ejecución: Tenemos que buscar una cuesta con suficiente pendiente, pero que nos permita correr a ritmo vivo durante un mínimo de un minuto y hasta dos. Comenzaremos calentando 5 minutos. Después esprintamos hacia arriba a un ritmo tal que nos permita progresar en cada nueva serie aunque sea unos centímetros con respecto a la anterior. Bajaremos al trote, muy despacio, para recuperar, y sin descanso iniciaremos la siguiente repetición. Al final de cada serie, descansaremos dos minutos.

Repeticiones: 2 series de 7 cuestas largas.

Jueves

Este día se repetirá el mismo entrenamiento que el martes.

Viernes

Toca el entrenamiento conocido como circuito Oregón.

Objetivo: Este circuito se inventó en el centro de alto rendimiento de Nike, y se diseñó para elevar el ritmo cardiaco, mejorar la fuerza resistencia y el fortalecimiento general del atleta.

Ejecución: Establecemos dos puntos en una recta alejados cada uno del otro unos 100 metros. En la estación A, realizaremos ejercicios de piernas y en la estación B, ejercicios de brazos y abdominales. Comenzamos en el punto A realizando el ejercicio señalado abajo durante unos 20 segundos y al finalizar, sin descanso, corremos hacia el punto B a una intensidad del 70% de nuestra capacidad aeróbica. Realizamos el ejercicio en el punto B y sin descanso, volvemos corriendo al punto A y así sucesivamente hasta completar los 10 ejercicios.

Ejercicios en Punto A: Abdominales crunch, fondos, lumbares, abdominales bicicleta y fondos.

Ejercicios en Punto B. Sentadillas, salidas pies alternos, splits, salidas pies juntos, burpee.

Repeticiones: Dependiendo de su nivel, complete un circuito y hasta un máximo de 3. Según vaya progresando el nivel, incluya una serie de 1.000 metros al final de cada circuito. Después descanse 90 segundos y comience de nuevo.

Sábado

Descanso activo con una sesión de 40 minutos de natación relajada.

Domingo

El domingo, como normalmente tenemos más tiempo, podemos dedicar algo más de nuestra jornada al ejercicio y emplear entre una hora y hora y media de tirada larga.

Este es el único día en que proponemos que salga a correr largo y lento. Se trata de correr a un ritmo que no supere el 55% de nuestro umbral aeróbico, debemos poder hablar en todo momento de nuestro entrenamiento.

¡Siempre, al acabar, estire bien toda la musculatura involucrada en el ejercicio!

Por qué estás tomando mucha más azúcar de la que crees

Huffington Post, por Margarita Lázaro

La Organización Mundial de la Salud (OMS) quiere limitarnos el consumo de azúcar. En concreto recomienda no tomar más de 25 gramos al día, esto es, seis cucharadas pequeñas. Eso significa que un amante de lo dulce agotaría su cupo diario con dos cafés y un yogurt natural.

cafe con lecheLa cifra es baja, muy baja y el objetivo parece casi inalcanzable. Más todavía si tenemos en cuenta los datos de consumo actual. Según el estudio de energía y macronutrientes de 2011, la ingesta de azúcar en España es del 20% de las calorías totales de nuestra dieta diaria. Esto es cuatro veces más de lo que quiere recomendar la OMS (la propuesta está todavía pendiente de aprobación) y el doble de la cantidad recomendada en ese momento. «El problema es que llevamos una vida desastrosa y nos va a costar cambiarla», señala Irene Bretón, miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición y miembro del Área de Nutrición de la SEEN.

La finalidad de esta medida es disminuir el riesgo de caries dental y reducir los altos índices de obesidad entre la población. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), un 37% de los españoles sufre sobrepreso y un 17% padece obesidad. «Siempre se ha relacionado esta enfermedad con la ingesta excesiva de grasa pero un exceso es un exceso, provenga de donde provenga», señala la nutricionista Vanesa León, miembro de la Asociación de Dietistas-Nutricionistas de Madrid, ADDINMA. Así es tan negativo pasarse con las grasas como con los hidratos de carbono o las proteínas. «El abuso de cualquiera de ellos se transforma finalmente en depósitos de grasa en el tejido adiposo, lo que conocemos como obesidad», explica. Esta enfermedad, cada vez más presente en la sociedad, va asociada a la aparición de enfermedades cardiovasculares, déficit de vitaminas del grupo B, accidentes cerebrovasculares, enfermedades de hígado graso y algunos tipos de cáncer.

Conocido el objetivo, toca saber cómo podríamos cumplir este saludable propósito. ¿A qué azúcares se refiere exactamente la OMS? ¿Se incluirían todos o hay alguno que queda fuera del saco? La nutricionista Vanesa León señala que existen excepciones: «Quedan excluidos de esta limitación los hidratos de carbono, azúcares de absorción lenta, y los contenidos en la fruta y los lácteos». Quedarían fuera pan, cereales, patatas, pastas, arroz, legumbres, lácteos y frutas.

Los afectados por la norma serían los azúcares libres. «Estos son los monosacáridos (glucosa y fructosa) o disacáridos (sacarosa o azúcar de mesa) añadidos, así como los azúcares naturalmente presentes en la miel, siropes, zumos de fruta y concentrados de fruta», señala Eduard Baladia, responsable de Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas (GREP-AED-N). También se incluiría el azúcar moreno, que goza de mejor fama que el blanco por tener nutrientes extras pero que no deja de ser un disacárido, señala Rubén Bravo, del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO).

LOS AZÚCARES ESCONDIDOS

panLa cuestión ahora es descubrir qué alimentos contienen esos azúcares y cuáles deberíamos suprimir o limitar. «Los refrescos, los caramelos y chucherías, la bollería y las galletas (incluidas chocolateadas y/o con mermelada) son los casos más claros, pero también deberían considerar los zumos de fruta (naturales o comerciales) o el binomio cacao soluble y cereales de desayuno (casi todos son muy azucarados)», señala Baladia.

Ahí no termina la lista. La tarea resulta mucho más complicada porque, como señala Bretón, «el azúcar está omnipresente». La encontramos en productos impensables como galletitas saladas, jamón york o el kétchup. Este ejemplo lo cita OMS para advertirnos de la cantidad de azúcar que está oculto en nuestra despensa. Una ración de esta salsa guarda 4 gramos.

patatas fritas«Lo primero que debemos hacer para descubrir si un alimento lleva o no azúcares de este tipo es leer bien el etiquetado nutricional. Si en él encontramos los términos glucosa, fructosa, sucrosa, sacarosa, jarabe de maíz, miel, maltosa o concentrado de zumos de frutas, sabemos que el alimento que tenemos delante sí contiene azúcar», señala León. Así encontremos grandes dosis en los cereales del desayuno, sobre todo los infantiles, el pan de molde, la salsa rosa, el cacao soluble y los refrescos azucarados.

Las OMS cita también este ejemplo. Una lata contiene alrededor de 35 gramos de azúcar, 10 más del índice diario permitido. Francesco Branca, director del área de Nutrición para la Salud y Desarrollo de la OMS, señala que un adulto puede tolerarlo esporádicamente pero el problema con los refrescos es que se consumen mucho (en cantidad) y con mucha frecuencia (a diario), incluso en el caso de los niños. Además son calorías añadidas. «Al tomar un refresco no dejas de tomar otro producto, sino que lo sumas», explica la doctora Bretón. No por beberse una lata de una bebida azucarada, comeremos menos que si acompañásemos el plato de un vaso agua.

ketchupSin embargo, por muy buenas que sean nuestras intenciones, cortar de raíz no es fácil. El azúcar genera adicción. Porque es capaz de levantar nuestro estado de ánimo y hacer que nos sintamos mucho mejor ya que estimula la segregación de serotonina, la llamada hormona de la felicidad. Ese rápido «subidón» anímico nos lleva a consumir en momentos en los que necesitamos consuelo o pensamos que merece un premio. El problema es que igual que llega, el subidón se va y nos hace sentir irritables, ansiosos y cansados. Para calmarlo volveríamos a consumir azúcar lo que nos hace entrar en un ciclo de atracones sucesivos.

CÓMO ELIMINAR EL CONSUMO DE AZÚCAR

¿Qué alternativa existe? No hay una solución infalible. Leyendo las etiquetas de los alimentos podemos limitar el consumo. Para Rubén Bravo eliminar el azúcar común sería una medida beneficiosa aunque no es fácil. «Nuestro paladar está acostumbrado al sabor dulce de los alimentos y nos parece impensable tomarnos un café sin azúcar pero deberíamos acostumbrarnos ya que nuestra salud nos lo agradecerá», añade Vanesa León.

La nutricionista señala que se puede seguir la metodología de las personas con diabetes tipo 2, que ven obligados a reducir su consumo de azúcares simples buscando alternativas y las más utilizadas son los edulcorantes acalóricos (aportan cero calorías) como el aspartamo, el ciclamato o la sacarina. «Es cierto que el consumo de estos edulcorantes artificiales está en constante revisión para establecer cuál debe ser la dosis adecuada y su efecto a largo plazo, pero hoy por hoy siguen siendo una buena alternativa», señala León. Otros no lo aconsejan por ser productos 100% químicos que pueden ser el origen de cánceres y pancreatitis.

Tampoco sería aconsejable el consumo de sorbitol o fructosa que aportan las mismas calorías del azúcar. Sí lo es la Stevia, considerada el edulcorante natural sin calorías por excelencia. «Su poder edulcorantes es unas 300 veces superior al del azúcar, por lo que no se necesitan grandes cantidades para dar sabor a los alimentos», señala León. Solo hay un problema: su ingesta diaria también está limitada. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria y Nutrición (EFSA) señala que debería ser de cuatro miligramos por kilo de peso corporal al día.